En la librería me había dormido, en brazos de papá.
Lo había escuchado cantar, pero los párpados me pesaban tanto que ni había podido abrir los ojos para sonreirle con la mirada.
El asiento del coche supongo que sería cómodo, porque él se había sentado, manteniéndome en su regazo durante todo el trayecto.
Cuando el coche se detuvo abrí los ojos, ante mi estaba la casa más bonita que había visto en la vida, una gran berja la rodeaba. Me incorporé para poder mirar por la ventailla, las puertas se abrian solas y el servicio salia a recibirlo, con un albornoz de algodón de mi tamaño.
Me sentí algo cohibida, suponia que ahora podría mandatres a esas personas, pero yo no quería mandarles, los refería de amigos. Lo que no sabía era como se habían enterado de que vendría acompañado, todos llevaban uniforme laboral y habían formado dos filas.
Papá me sacó del coche en brazos y se detuvo ante tanta gente.
No me atrevía ni a dar mi nombre.