Caminé desde las mazmorras donde impartía mis clases hasta el despacho del director con ligereza y un poco de rapidez. Era tarde, pero el asunto que me traía no podía esperar, o al menos yo no quería hacerlo esperar. Como profesora, mi deber primero eran mis alumnos, después mis alumnos y al final, mis alumnos. Y no sólo se trataba de un alumno, se trataba de mi prefecto, el prefecto de mi casa y debía actuar. Aunque claro, quería ver la opinión del director, que también era su tío.
La gárgola que custodiaba la entrada se movió cuando le dije la contraseña, que recién había cambiado esa semana. Las escaleras me llevaron hasta la puerta del despacho que toqué con cuidado y esperé una respuestas. Esperaba que el director se encontrara o mi caminata sería en vano. Entre tantos asuntos, lo más seguro es que no se encontrara o estuviera bastante ocupado como para atenderme. Esperé unos segundos y volví a llamar.
-¿Sr. Director?
La gárgola que custodiaba la entrada se movió cuando le dije la contraseña, que recién había cambiado esa semana. Las escaleras me llevaron hasta la puerta del despacho que toqué con cuidado y esperé una respuestas. Esperaba que el director se encontrara o mi caminata sería en vano. Entre tantos asuntos, lo más seguro es que no se encontrara o estuviera bastante ocupado como para atenderme. Esperé unos segundos y volví a llamar.
-¿Sr. Director?